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SALMOS 38-EL PESO DEL PECADO
ABANDONA ESA PESADA CARGA
Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza: como carga
pesada se han agravado sobre mí, Salmos 38:4.
Hieden y supuras mis llagas, a causa de mi locura. Estoy
encorvado, estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día, Salmos
38:6.
Hay muchas cargas que la
humanidad sostiene, y la raíz de todas nos la explica la palabra de Dios; en Salmos
38 es una radiografía de una vida cargada a causa del pecado, pero también es
una maravillosa oración de alguien arrepentido que suplica perdón, ayuda y
liberación al Eterno Dios al experimentar el horrible peso de una vida de
pecado.
Vs. 1 YHWH no me reprendas en tu ira.
Porque tus saetas cayeron sobre mí, y sobre mí ha descendido tu mano. El salmista sabe de
antemano que su pecado trae una reprensión divina, y recibirá disciplina por
eso. Se da cuenta que su Creador ha empezado a obrar en su vida y no se quedará
quieto ni indiferente. Reconoce y enumera sus pecados haciendo una descripción
de las consecuencias de su falta de santidad, pero al mismo tiempo revela la
manera de salir de esa miserable condición.
Es una hermosa porción de la palabra que debemos aplicar cuando
por desobediencia hemos caído haciendo nuestra propia voluntad, olvidando e
ignorando que la paga del pecado es muerte, Romanos
6:23, y
que cada uno es tentado y seducido de sus propias concupiscencias a causa de
sus debilidades no entregadas al Creador, Santiago
1:14, y
que en una vida de pecado hay consecuencias que se deberán pagar por la
eternidad y en esta tierra, si alguien no se arrepiente.
Vs 2, Porque
tus saetas cayeron sobre mí, y sobre mí ha descendido tu mano, Ceder al pecado hace que nuestra
vida se convierta en una pesada carga imposible de llevar y sin
arrepentimiento, Dios nos discipline para corregirnos. Caemos y podemos
excusarnos ante la gente dando muchas razones de la caída, pero a Dios no lo
podemos engañar, Él conoce la profundidad de lo que hay en nuestro traicionero
corazón y las verdaderas intenciones que nos han movido a resbalar, engañoso
es el corazón más que todas las cosas, y perverso: ¿Quién lo conocerá? Jeremías
17:9.
Dios nos escruta y examina hablándonos de muchas maneras,
especialmente a través de su palabra, YO YHWH
que escudriño la mente, que pruebo el corazón para dar a cada uno según su
camino, según el fruto de sus obras, Jeremías 17:10. El método que Dios usa
para convencernos de pecado y hacernos ver la miseria que nos trae; también es
por del Espíritu que nos redarguye y nos habla a través de la conciencia,
cuando todavía no se ha encallecido por la maldad, Juan
16:8, porque la palabra de Dios es viva y eficaz, Hebreos 4:12.
Vs 3, Nada hay sano en mi carne, a causa de tu
ira, ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado, El pecado produce desorden
moral, enferma el cuerpo, roba la paz y trae consecuencias no solo en el alma,
sino que afecta todo alrededor; cuando enfrentamos el pecado tal como Dios lo
ve, es como si se produjera un terremoto o un Tzunamí en nuestra ser, lo cual
nos aclara que realmente el pecado cobra muy caro, produciendo culpa en la
mente, y estragos en el cuerpo.
Vs 4 Porque mis iniquidades se han agravado sobre
mi cabeza, como carga pesada se ha agravado sobre mí. Lo primero que daña el
pecado es la mente, nos roba la paz, nos inquietamos al ver que realmente
estamos fuera de las condiciones normales que Dios ha dispuesto para nuestra
vida, lo cual nos lleva a reflexionar en todas las consecuencias funestas de
haber cedido ante la tentación, cuando debíamos habernos detenido antes de
fallar y desagradar al Dios santo con el mal oliente olor de la suciedad del
pecado.
Vivir en pecado se hace una carga demasiado pesada, es lo que nombra
el texto, locura pero la gente sin Cristo, no lo puede ver ni aceptar como
pecado, algo que nos agobia, nos roba la paz, nos reduce la fe, nos llena de
inseguridad y de temor y se vuelve insoportable porque oprime la conciencia, robando
la tranquilidad sin poder tener un verdadero descanso interior, muchas veces
hasta perdemos el sueño y corremos de aquí para allá, sin encontrar una
salida.
Vs.5-7 Hieden y supuran mis llagas, a
causa de mi locura. Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, ando
enlutado todo el día. Porque mis lomos están llenos de ardor, y nada hay sano
en mi carne. El pecado es putrefacción ante el trono de Dios; nos avergüenza
por eso se esconde o se descara; la carga del pecado nos hace sentir
miserables, sucios e indignos, nos enloquece, espiritualmente, exhala fetidez
al olfato de Dios, se nos altera el comportamiento e infecta de muchas formas
el ambiente que nos rodea; y si no buscamos ayuda en Dios, no podremos salir de
esa condición tan deplorable para ser libres de tales efectos nocivos, el
pecado nos pone tristes como si estuviéramos de luto, porque el alma está
muerte. El pecado salpica olor a muerte porque ya no irradiamos la luz del amor
ni la pureza. El corazón enfermo por el pecado es una llaga que exhala gran fetidez
al estar alejados y separados de la presencia refrescante de Dios.
Vivir en pecado es como llevar una carga de espinos que lastima y
daña hasta tocar las entrañas, produce tal corrupción y contaminación que
permea la sociedad entera produciendo dolor y terrores de oscuridad y muerte. Es tan profunda su marca
que destruye vidas y naciones enteras, y aunque nos recuperemos, nos levantemos
y Dios nos perdone, quedarán consecuencias y huellas. El pecado viene a ser
como un virus o la contaminación por una bacteria letal, que deja secuelas horribles,
en todo su trayecto y cuesta mucho tiempo volver a subir a las alturas para
caminar hombro a hombro con el Amado Señor y Salvador, se requiere consagración
y pasión por Jesucristo, y sí que lo sé por la experiencia.
Vs. 8-9, Estoy debilitado y molido en gran
manera; gimo a causa de la conmoción de mi corazón. El pecado como corrupción,
avanza, deprime y destruye; trae desesperación y debilidad profundas, quedamos
expuestos al malo y sin fuerzas para luchar y seguir, el corazón se conmociona
de dolor y angustia; el pecado nos hace sentir vulnerables e indefensos, a
merced de la carne y atacados por las tinieblas, es una horrible expectación de
imposibilidad, La vida de pecado nos consume, nos gasta y nos derrumba
lentamente sacándonos del lugar donde Dios nos había puesto, Y aunque Dios
conoce todos nuestros sueños, solo nos llenamos de suspiros y melancolías con
anhelos que parecen imposibles de alcanzar como lo dice el verso nueve.
Vs, 10, Mi corazón está acongojado, me ha
dejado mi vigor, y aún la luz de mis ojos me falta ya. El pecado nos hace vivir
en congojas, abatidos, decaídos, amargados y como andando en la oscuridad,
aunque parezca momentáneamente que somos felices; el pecado envejece
rápidamente desde adentro, la mirada de nuestros ojos se opaca, por eso muchos
no pueden ver con claridad lo mal que andan, tienen ceguera espiritual, no
pueden discernir ni separar lo malo de lo bueno y están sin esperanza, Porque
los ojos de los pecadores se consumirán y no tendrán refugio, su esperanza será
dar su último suspiro, Job 11:20. Esa es la razón por la cual muchos pierden su valor moral, pero
gracias sean dadas a Cristo, que si bien el pecado es demasiado pesado, tenemos
al Redentor para salir de ahí y ser libres de nuevo.
Vs 11 al 17, aquí se describe la
calamidad social y relacional que ocasiona el pecado en la vida humana.
Pareciera que todos lo notaran y nos vuelven la espalda y sentimos que todos
están distantes y se olvidan. Sin embargo, Dios mismo, nos ha dado formas de
escape al pecado, cuando reaccionamos, confesamos el pecado, nos apartamos,
lloramos y le damos la espalda a la maldad para seguir las pisadas del Maestro
de Nazaret. Con Cristo finalmente hay una luz en nuestro interior que nos
permite volver los ojos al Santo, porque sabemos que Él responderá, nos
limpiará, nos recibirá, nos salvará y nos dará otra oportunidad de cambio en
nuestra vida.
Vs. 18, por tanto, confesaré mi maldad, y me
entristeceré por mi pecado, Dios a través del salmista nos enseña que hay una salida para ser
libres de la carga vil del pecado, y es la confesión; esto equivale a declarar
completamente cada uno de nuestros pecados al Aquel que tiene poder para
perdonar, limpiar y salvar, si confesamos nuestros pecados,
Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad,
1 Juan 1:9. La
primera salida es reconocer y estar firmes para salir de ahí, confesar nuestras
faltas a Dios, ponernos a los pies de la cruz para lavarnos en la sangre del
Cordero de Dios y libres de la miseria condición del pecado, es algo que viví y
experimenté hace algunos años, y créanme, que caer después de estar en las
alturas, es lo peor que nos puede ocurrir, pero gracias sean dadas al Padre que
nos dio a su Unigénito Libertador.
El Segundo aspecto para la liberación es el arrepentimiento, o
contrición de corazón, el alma siente dolor por lo que ha hecho delante del
Señor de la vida y deseamos ardientemente hacer un giro de 180 grados para
darle la espalda a esa vida pesada y vergonzosa para rendirnos y consagrarnos a
nuestro Hacedor.
Vs 15-22, porque en
Ti oh YHWH he esperado; Tú responderás Dios mío. En tercer lugar podemos
experimentar la misericordia del Padre amoroso Su provisión redentora,
nos fortalece en su confianza; empezamos a odiar ese estilo de vida y
reconocemos la salvación en Cristo, así el Padre en su bondad nos trata con
amor y seguirá su proceso purificador en nosotros hasta el último día de
nuestro peregrinaje terrenal, No me desampares, Oh YHWH: Dios
mío, no te alejes de mí Apresúrate a ayudarme, o Señor de mi salvación, versos
21-22.
NO encubramos el pecado, confesémoslo, apartémonos de él y
reconozcamos que el pecado no es algo liviano de llevar sino una pesada carga
que hace la vida insoportable, como hijos de fe obediente al Creador,
levantémonos, elevemos el rostro al Señor, busquemos su paz, seamos santos y
fieles a la comunión e intimidad con Él: una forma de fallarle a Dios es
abandonar el altar de la oración, la comunión con el Amado y no leer su palabra
a diario, pero aunque no nos resulte fácil podremos lograrlo yendo continuamente
a Aquel que santifica, fortalece y todo lo puede en nosotros y con nosotros, Romanos
7:15.
La vieja naturaleza es la cruz que debemos llevar y con la cual
debemos lidiar cada día, pero la presencia y la palabra de Dios son
nuestro escudo y fortaleza para conducirnos a seguir en la batalla y ganar la
guerra contra la impureza, Hemos vencido; porque mayor es el
que está en nosotros, que el que está en el mundo, 1
Juan 4:4.
Cuando nos veamos enfrentados a la miseria del pecado, a las
locuras del mundo y a la debilidad de nuestro cuerpo, lo mejor es entregar todo
al Aquel que nos conoce muy bien y tiene el poder para limpiarnos y perdonarnos
pues nos formó en el vientre de nuestra madre y nos dio vida; pidamos al
Espíritu Santo que conquiste la totalidad de nuestra vida, que gobierne nuestro
carácter, que venza nuestra debilidad y produzca en nosotros su maravilloso
fruto, , busquemos en el Amado y su palabra la forma de escapar para seguir
avanzando a la meta del supremo llamamiento en Cristo, agarrados de su poderosa
diestra. Porque el que encubre sus pecados, no prosperará, pero el que los
confiesa y se aparta, alcanzará la misericordia divina, Proverbios 28:13. Amén.
Mg. MEHC, hija del Dios vivo, real y verdadero y servidora de su
reino.